La historia de su primer título de Grand Slam, 45 años después. La enigmática estadía en Transilvania, el visionario tratamiento de una médica rumana, los silenciosos días previos en La Faisanderie, la final récord y la obsesión por ganar.
Por Pablo Amalfitano
Para esa temporada Vilas ya estaba instalado como un jugador de elite en el mundo: en diciembre de 1974, en el césped de Kooyong, había ganado el Campeonato de Maestros y, a partir de aquel gran título, masificó el tenis en la Argentina. Ya había jugado, además, dos finales de Grand Slam: en Roland Garros 1975 y en Australia 1977. Celebrar en Roland Garros, sin embargo, representaba una meta mayúscula. Una suerte de realización
«Mi mayor emoción fue cuando gané Roland Garros, pero no después del partido. Estaba durmiendo en Londres, soñaba y me desperté: allí me di cuenta de lo que había hecho», contó, casi 20 años después, en la revista El Gráfico. La historia detrás de aquella conquista en París está vinculada de manera muy estrecha con la manera de ser de Vilas: un estudioso, un hombre que anotaba aciertos y errores en su pequeña libreta, un autocrítico, un ganador. Una leyenda.
La preparación para la insuperable temporada 1977, con el trofeo de Roland Garros como primera gran proeza, estuvo repleta de secretos. Varios meses antes de Roland Garros, Vilas y el rumano Ion Tiriac, su mítico entrenador, pasaron algunos días de aislamiento en medio de los típicos tiempos de trabajo. El coach había negociado, en conversaciones de perfil subterráneo, la innovadora planificación específica de una médica rumana llamada Ana Aslan, una gerontóloga famosa por haber descubierto la «pócima de la juventud» y por haber atendido a personalidades de la talla de John Kennedy, Lyndon Johnson o el propio Juan Domingo Perón.
Tiriac creía que el zurdo debía robustecer y rejuvenecer el físico, la herramienta esencial para exprimir las cualidades de su juego. El vuelo secreto partió de París y descendió en Transilvania, sitio en el que, durante dos semanas, el tenista argentino realizó un visionario tratamiento con Gerovital -un infrecuente compuesto para demorar el envejecimiento- que confluía a la perfección con los duros entrenamientos en la montaña y la oxigenación con glóbulos rojos, para después finalizar la puesta a punto en Virginia Beach con vistas a una extensa temporada. Vilas estaba listo.
Los primeros meses de 1977 trajeron buenos augurios, con un título en Springfield y las finales en el Abierto de Australia -perdió con el potente Roscoe Tanner-, Baltimore y Palm Springs. Después, las semanas previas a Roland Garros, no resultaron fructíferas. Venía de perder en cuartos de final de Hamburgo con el británico Buster Mottram y en la segunda ronda de Roma ante el croata Zeljko Franulovic.
Por eso tomó la decisión, junto con Tiriac, de abstraerse durante lo que durara su estadía en Roland Garros. La mente sólo estaría preocupada por ganar, ganar y ganar, Esa concentración, al cabo, fue determinante. Vilas y Tiriac eligieron un club llamado La Faisanderie, alejado, aislado, con muchos árboles, un gran espacio verde y, sobre todo, un profundo silencio. Allí el argentino se entrenaba, se alimentaba a base de pescado y ocupaba la otra parte del tiempo en la lectura. «De París no vi nada: los quince días los dediqué al tenis», expresaría tras la gloriosa campaña.
Con el físico óptimo y la cabeza limpia, Vilas estaba destinado a la consagración. Su propósito era ganar Roland Garros. Y el sendero comenzó con un guiño del azar: derrotó a Franulovic, el hombre que lo había vencido días atrás en Italia, por 6-1, 6-2 y 6-4. En la segunda ronda el chileno Belus Prajoux le ganó el primer parcial por 6-2 pero Vilas, entonces número tres del ranking ATP, enderezó el rumbo de inmediato y se impuso 2-6, 6-0, 6-3 y 6-0. A partir de aquel momento no volvería a perder un set.
El argentino superó sin problemas a todos los rivales. Los desbordó con un tenis paciente, sólido y arrollador. Camino a la final eliminó, de forma sucesiva, al sudafricano Bernard Mitton por 6-1, 6-4 y 6-2, al estadounidense Stan Smith (15°) por 6-1, 6-2 y 6-1, al polaco Wojtek Fibak (14°) 6-4, 6-0 y 6-4 y al mexicano Raúl Ramírez (6°) por 6-2, 6-0 y 6-3.
Lo mejor quedó, sin dudas, para la final: el estadounidense Brian Gottfried, 5º del ranking, aguantó menos de una hora y media ante un Vilas que lo apabulló 6-0, 6-3 y 6-0 para cumplir el sueño de consagrarse en París y establecer una marca que hoy sigue vigente: aquella final del 5 de junio de 1977 se mantiene como la que se resolvió con la mayor diferencia en la historia del torneo: el campeón apenas cedió tres games. Los nervios previos al partido, que no lo dejaron ni comer, desaparecieron por completo.
Roland Garros fue la hazaña inicial de Vilas en una temporada 1977 con hitos imbatibles: ganó 137 partidos, conquistó un total de 16 títulos y encadenó 46 victorias consecutivas en todas las superficies. Ese año, aunque parezca increíble, no llegó a ser el número uno del mundo. Cuatro meses después de París ganaría la última edición del US Open disputada en Forest Hills, aunque antes hubo otro alejamiento para recuperarse. «Fui a Poiana Brasov, donde está el centro olímpico de los rumanos. Se encuentra en el medio de la montaña: yo subía y bajaba corriendo. Después iba a un lugar con baños turcos donde me daban masajes durante tres horas. Sirvió para oxigenarme a mitad de temporada», recordó el Poeta.
Transilvania, La Faisanderie y Poiana Brasov, los tres misteriosos lugares para alimentar su obsesión por ganar, impulsaron aquella versión de Vilas como la máxima expresión de su carrera, con Roland Garros en la cumbre. Varios años más tarde, con otros dos títulos de Grand Slam -Australia 1978 y 1979-, con 62 trofeos del circuito y ya retirado, contaría: «Cuando elegí a Tiriac busqué una persona con mi tipo de físico, que jugaba de fondo, que luchó mucho, que había perdido la final de la Copa Davis… Yo sabía que toda esa bronca me la iba a transmitir. Y la aprendí. Pero esos secretos nunca se los dije a nadie».