A siete años de la desaparición del genial y polémico Muhammad Alí, un recorrido por su carrera, sus logros y sus discursos filosóficos. Los deseos no cumplidos para su despedida final
Por Ernesto Cherquis Bialo
Su rostro se había transformado en una mueca enjuta y deformada en el instante final de la agonía. Fue entonces cuando un médico de Guardia ingresó a la habitación 263 del área de Terapia Intensiva del Centro Médico de Honor-Healt Scottsdale Osborn y lo desconectó del respirador artificial que lo sostenía con un inútil hilo de vida. Eran las 20.30 del 3 de junio de 2016 y el Imán (predicador musulmán) Zaid Shakir le tomó las manos inertes y llamó a la oración. Lo hizo frente a su esposa Lonnie, a sus 9 hijos y a todos sus nietos. Lo último que escuchó fue lo que le dijo el Imán Shakir: “El Paraíso te espera”. De inmediato reingresó el médico de guardia, comprobó que aquel inmenso corazón había dejado de latir y le cerró los ojos: Muhammad Alí, el más grande boxeador de todos los tiempos, había muerto.
La evocación es un viento inevitable que remueve los sentidos. Y al clausurar sus pupilas lejos de todas sus glorias, el ilustre muerto se convertía en mito y leyenda.
El primer relámpago de la memoria nos retrotrae a más de medio siglo: el título olímpico en Roma 1960, la medalla dorada arrojada al Río Ohio al ser discriminado en un bar de su Louisville natal, las declaraciones con tono de queja social, los dos nocauts al “invencible” campeón de la mafia Sonny Liston, el cinturón de los pesados a los 22 años, la fama mundial, su boxeo mágico de piernas prodigiosas para » flotar como una mariposa y picar como una avispa”, 30 rivales derrotados en 7 años y ese rostro altivo de severo gladiador. Fue en 1967 cuando le retiraron la licencia de boxeador por no alistarse en el Army (Fuerzas Armadas) durante la guerra en Vietnam. Su explicación pública el día que le quitaron la corona mundial la recuerdo perfectamente, pues también me lo dijo la primera vez que lo entrevisté:
-Dispararles, ¿por qué? Nunca me gritaron “negro”, nunca me lincharon, no me atacaron sus perros, no me robaron mi nacionalidad, no violaron ni mataron a mis padres. ¿ Cómo podría dispararle a esa pobre gente? Simplemente, llévenme a la cárcel…- fue su pública declaración.
La memoria vuelve a flashear como un rayo aterrador y luminoso. Los tres años de la sanción marcaron el tiempo del vuelco definitivo a la religión. Creyó encontrar allí las respuestas a todos sus dilemas juveniles. Una vez me dijo:
-Cuando era niño no entendía lo que pasaba. Jesús era blanco, los ángeles eran blancos, Tarzán, el rey de la jungla, era blanco, Miss Estados Unidos era blanca. Quería tener una escopeta y tirar al cielo para ser escuchado. Hasta los 18 años no supe bien qué pasaba. Ya era boxeador y creo que lo fui por eso, para que alguien supiera que yo estaba en el mundo. Después conocí a Wallace Muhammad, un predicador. El es hoy es mi mejor amigo: me hizo entender que Dios estaba en mí como todos y que sería alguien en la vida si mejoraba lo que me gustaba y pensaba en los demás para compartirlo. La vieja lucha entre blancos y negros para mi terminó.-
Aquel 3 de junio de 2016, la esperada muerte del más grande boxeador de la historia pareció convertirse en un hecho natural. Lonnie -su cuarta esposa- con quien había compartido los últimos 30 años de su vida cuando ya Muhammad llevaba dos años luchando contra el Mal de Parkinson, salió de la habitación. Iba a reunirse con Bob Gunnell de la funeraria Bunker Family Funeral Home a quien había convocado unas horas antes. Fue éste quien le presentó a Jeff Gardner, el embalsamador del cuerpo de Muhammad Alí pues éste debería ser conservado cuanto menos una semana antes de ser sepultado en el Cave Hill Cementery de Louisville (Kentucky), donde se halla su tumba.
Aquel cuerpo arrugado, mudo y diminuto al que bañaban con formol y cubrían con dos toallones blancos, había sido el de un atleta de perfecta estética y privilegiada fuerza que al regresar al boxeo en el ‘70 después de estar 3 años ausente de los rings por la sanción, logró una hazaña sorprendente: recuperar su título mundial. Y mientras iba dejando atrás a duros rivales como Jerry Quarry y a nuestro Oscar Bonavena –una epopeya de Ringo -; y superaba nuevamente a los mejores como Floyd Patterson, Bob Foster, Alvin Blue Lewis, Joe Bugner, Ken Norton y Joe Frazier (triunfo y derrota con cada uno de ellos), llegó la gran noche de octubre de 1974 en Kinsasha, Zaire, (hoy República Democrática del Congo) frente a George Foreman.
Resulta inimaginable que ese cuerpito consumido y desnudo de 74 años haya sido el mismo que regó el ring de talento e inteligencia en aquella épica pelea frente a George Foreman o en aquella otra -la tercera- contra Frazier en Manila. Todos le pelearon hasta la agonía, pero sólo él alcanzó el éxtasis.
¿Y quién era realmente ese hombre? Ese maravilloso atleta que recuperó tres veces su título mundial. Me lo respondió después de ganarle a Foreman y mientras esperaba la pelea contra el uruguayo Alfredo Evangelista. Entonces, me dijo:
– “El verdadero Alí es un hombre espiritual, un religioso; le haré una comparación que me pinta mejor: el pez es la gente, la carnada es el Alí boxeador y el anzuelo el Alí verdadero, el espiritual. Cuando la gente cree comerse al bufón se está comiendo al predicador, está recibiendo la palabra de Dios, en tanto yo soy un simple vehículo de Dios. Mientras los imbéciles de los periodistas se dedican a tomar en chiste mi palabra, millones de personas las están recibiendo en todo el mundo como un mensaje sincero y profundo. La gente cree en los mitos y le gustan. La gente gusta de Tarzán, de Drácula, de Superman. Hemos gastado dos mil millones de dólares para traer piedras de la Luna. Ahora gastaremos cuatro mil millones para ir a Marte; cuando lleguemos a Marte diremos Júpiter. Y la gente se enloquece porque gusta de estos misterios. Pues bien: yo soy el Tarzán del boxeo, el Superman del boxeo, el Drácula del boxeo, el gran mito del boxeo. La gente viene a buscar a ese boxeador mito y se encuentra con un filósofo, con un profesor. . .”-
El Mal de Parkinson lo atacó en 1984, dos años después de haber realizado sus últimos y tristes combates. Fueron frente a un ex sparring –Larry Holmes- que llegó a ser campeón del mundo y la última contra el jamaiquino Trevor Berbick, peleador muy elemental. Por cierto que ambos le ganaron pues Muhammad había dejado de ser él, sin descartar la sospecha que alguna enfermedad neurodegenerativa lo afectaba pues había perdido gran parte del control de su postura y de sus clásicos desplazamientos sobre el ring.
Acaso el primer lamento del mundo fue cuando subió con tanto esfuerzo para encender el Pebetero de los Juegos Olímpicos de Atlanta 96. Fue como ver al Maradona decrépito de la cancha de Gimnasia y Esgrima el 30 de octubre de 2020, meses antes de su muerte; pero a este ídolo universal, igualmente celebérrimo, se lo cuidó para prolongar su necesaria vida 30 años más…
Los deseos de Muhammad para su propio funeral no pudieron ser cumplidos. Diez años antes de su muerte les había dicho a su esposa Lonnie y a algunos de sus hijos que quería ser despedido en el New York Yankee Stadium – donde juegan los Yankees de las Grandes Ligas de Béisbol-, en el Bronx, para que sus hermanos latinos y negros pasaran a darle el último adiós sin que nadie los perturbara en la fila para ingresar. Pero luego, ya avanzada la enfermedad, aceptó reconciliarse con su ciudad natal y durante siete días fue velado en el K.F.C Yum Center de Louisville por donde desfilaron unas 500.000 personas llegadas de todo el país. Allí estuvieron las más emblemáticas figuras de todos los ámbitos de los Estados Unidos y fue el expresidente Bill Clinton –un hecho sin antecedentes el que un presidente de los Estados Unidos despida a un deportista- quien entre otras cosas manifestó en su elegía: “Creo que Muhammad Alí decidió muy joven lo que quería hacer de su vida y escribió su propia historia sin que le quitaran ese poder. Ni la raza, ni su lugar ni sus sueños dejarían de ser su lucha y por ello murió de la manera que quiso…”.
Recordé que habíamos hablado con Muhammad sobre la muerte en una entrevista que le realicé en 1975 .Y por entonces el me respondió:
-No le temo a la muerte. Pero sí tengo miedo a no estar preparado cuando me toque la hora. Todos somos imperfectos y por eso no iremos al cielo. La idea de ir al infierno, a pesar de que estoy haciendo lo posible por mejorar mi alma, me aterra. La vida es apenas una prueba para saber adónde nos asignarán: si arriba o abajo. Pero prefiero el infierno a la nada. Me pone muy mal pensar en la nada.-
Dejó ibros de grandes autores como Norman Mailer, documentales, videos de 50 peleas, frases inmortales (“La sabiduría es saber cuándo no se puede ser sabio”), conferencias universitarias, visitas a grandes dignatarios de Estado como Mandela y muchas charlas sobre la religión y la integración religiosa. Lo mejor que le escuché al respecto fue lo siguiente:
-Escuchen esta cita religiosa: “Ríos, lagos y arroyos todos tienen nombres diferentes, pero todos contienen agua”. Así también las religiones tienen diferentes nombres, pero todas contienen la verdad expresada de diferentes maneras. Cada religión tiene su profeta, pero lo que ellos enseñan y predican lo aprendieron del mismo Dios que está por encima de todos ellos. Dios no está limitado a Jesús, Moisés o Mohammed, los abarca a todos.-
Se cumplen siete años del comienzo de su eternización. Será una leyenda suspendida en alguna galaxia de cuerpos celestes y luminosos reservada para quien fuera el mejor boxeador de todos los tiempos, el que iluminó a todos.
Tenía razón el predicador musulmán: “el Paraíso te espera”.