Los cinco años le alumbran los ojos. Y los ojos le alumbran el mundo. Y el mundo ahora no es el mundo, eso que desde menos que chiquito le explican que es el mundo, sino que el mundo es un ómnibus. Apenas un ómnibus, todo un ómnibus. “Mirá, abuelo -proclama desde el timón de su bicicleta rauda que, de golpe, queda extrañamente quieta-, mirá, mirá: Diego”. Tiene razón. Un poco porque esos ojos alumbrados simbolizan lo humano de la humanidad y no pueden tener otra cosa que razón, otro porque esos ojos, de verdad, ven a Diego. Un Diego, otro Diego, otro Diego, otro Diego. En el Parque Chacabuco, sobre la avenida Asamblea, en uno del millón de rincones donde Buenos Aires y la vida se empecinan en transcurrir con un vértigo innecesario, hay Diego, Diego, Diego, en un ómnibus, en un ómnibus estacionado, calmo y lindo, cual si fuera un testimonio de que Buenos Aires y la vida valdrían más la pena si se sacaran el vértigo de encima. Es el ómnibus de China y de Lucas, y de sus dos criaturas. Y de Diego. Al tiempo que limpia ese ómnibus, hogar de su familia, China le detalla al chiquito que su tribu y ella son de Mercedes, o sea del vasto suelo bonaerense, y que les gusta ir de acá para allá, existir de acá para allá, arriba de ese ómnibus tan de Diego que hasta luce una patente que termina en 10. “Un día, quizás, llegamos hasta Nápoles”, suspira China, pegada al Diego de Boca, y al de la Selección, y al de Sevilla, moviendo los labios para especificar que ese proyecto familiar se llama @pelusaporelmundo_ (en Instagram) y que el motor es lo que Diego irradió y aún irradia, que el motor, entonces, es el amor. En la avenida Asamblea, el punto del encuentro entre un chiquito de ojos alumbrados y un ómnibus de encantos genera que otra gente frene, se atreva, se arrime y pregunte por esa aventura, por ese sueño, por ese ómnibus, por esa familia, por Diego, por ese amor. Con los ojos alumbrados, alumbradísimos, el chiquito reinstala sus cinco años al comando de la bicicleta y le anuncio a su abuelo: “Le voy a contar a mami que vimos a Diego”. Luego, pedalea como un socio del leve viento mientras Diego lo enfoca desde el ómnibus, mientras la vida vence al vértigo y respira un poco mejor
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