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Tuesday, April 29, 2025

La radio encendida (Por Ariel Scher)

Como los huesos del tobillo derecho en el segundo previo a patear un penal con el pie derecho. Como la superficie entera de los labios durante un beso que será para siempre más que una fugacidad. Como las pupilas de cualquiera que está en el día y en la hora en los que por primera vez mira el rostro de su hijo. Como si la existencia no tuviera un antes o un después, como si la vida se concentrara exactamente en una sola acción y en un solo acto, el Roto latía su tarde de sábado en el Bar de los Sábados con una oreja y un oído apretados, apretados y pegados, a una vieja radio portátil. El Roto respiraba, se estremecía, exhalaba, susurraba y, más que ninguna otra cosa, escuchaba. Escuchaba fútbol.
Un rato después, con toda la barra del Bar de los Sábados ya instalada en una mesa, ya empezando a empalagarse de aroma y de sabor de café, el Roto dejó de escuchar y comenzó a explicar: «Me gusta el fútbol pero, sobre todo, me gusta el fútbol por radio. Me quedó el hábito desde el Mundial de 1966, el de Inglaterra. Lo juro: escuché cada palabra con la devoción que mi abuela le dedicaba a las misas de los domingos a las Diez. ‘Beckenbauer, un señor jugador’, decía mi relator favorito, y yo, que era más o menos un chico, me lo imaginaba al gran Franz Beckenbauer, desfilando trajeado, impecable, sin sudores, sonriendo confiado en medio de rivales que no podían quitarle la pelota y, entonces, rendidos, lo aplaudían».
«Beckenbauer, qué jugador», repitió el Gordo, emotivo habitué del Bar de los Sábados, compenetrado en lo que escuchaba, casi como si la voz del Roto saliera no de alguien que le hablaba enfrente, sino, también, desde una radio. El Alto, otro hombre del bar, un inteligente, un nostálgico, también pudo pensarse mucho más joven, igual de futbolero, con una portátil enlazada entre los dedos.
El Roto se extendió: «¡Lo que fue el relato de la eliminación de Argentina con los ingleses! Yo todavía tenía frescas todas las letras ‘o’ que habían sonado con los goles de Artime a los suizos y a los españoles. Temblaba la radio con esos goles». El Gordo se permitió una intervención parecida a la anterior. «Luis Artime, qué goleador», proclamó sin esconder admiraciones. El Roto le devolvió un gesto breve de coincidencia y continuó sus memorias: «Yo estaba como hace un rato, con la radio estampada en las cavidades de la oreja, sintiéndome como hace sentir el fútbol: no me importaba el mundo, me importaba ese partido. Entiéndalo: los cuartos de final, Argentina contra Inglaterra, el local. Bobby Charlton, la figura de ellos, era un crack hasta para poner los pies sobre el césped. Cuando en la radio avisaban que él tenía la pelota, yo cerraba los ojos con toda la fuerza que me salía de las cejas y me convencía de que, si los mantenía cerrados, una araña escondida en el mismísimo estadio de Wembley iba a entrar para picarlo. No pasó ni ese día ni ninguna otra vez».
Cuatro gotas de café danzaron en el paladar del Roto. El aceleró: «Cuando lo expulsaron a Rattin, quise que la radio, una amiga, mi amiga, me mintiera. Rattin se iba de la cancha entre escándalos, contaban el relator, los comentaristas, hasta los locutores. Yo, siempre con la radio en la mano, amagaba con buscar a otros pibes para ir a defenderlo de los ingleses. Y aunque la radio no decía que Rattin lloraba y era cierto que no lloraba, yo lo veía, cierto que lo veía, con la camiseta celeste y blanca empapada de llanto. Más tarde, cuando en la radio sonó el gol de Hurst, el del 1 a 0 con que ganó Inglaterra, el que lloró fui yo».
Casi desde la ingenuidad, el Gordo lanzó un comentario: «Al Mundial de 1970, ya lo vimos por televisión». El Roto no lo dejó pasar: «Sí, aquel Mundial de 1966 fue el último en el que dependimos de la radio. Después, siguió habiendo grandes transmisiones, pero la tele cambió casi todo. Bah, todo menos a mí: yo no me acostumbré, sigo escuchando el fútbol por radio».
El Alto lo enfocó a mitad de viaje entre el asombro y la admiración. El Gordo no supo qué decir, así que llamó al más veterano de los mozos y le pidió café para todos. En el Bar de los Sábados, la tarde ya estaba bien avanzada y el Roto intervino de nuevo: «Eso, café para todos y, por favor, encienda la radio. En una de esas, se escucha algún partidito.»

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