“El que en un arte ha llegado a maestro puede prescindir de las reglas” (Arturo Graf).
El fútbol argentino no cambió tanto adentro de la cancha como sí cambió en las tribunas. Lo que cambió adentro son, fundamentalmente, detalles estéticos: botines de colores, jugadores lookeados como rockstars, coreografías para celebrar los goles… OK, quizás los futbolistas de ahora corren más. Pero como corren peor, la ecuación se compensa. Ya no hay tantos wines pero hay algún “extremo”. Ya no hay tantos 10 pero hay futbolistas que hacen jugar a sus equipos desde otras posiciones (Erviti, Belluschi, Maxi Rodríguez…). Ya no hay tantos 8 pero hay “interiores”. En fin, que el fútbol es más o menos el mismo pero con nuevas frases, como “presión alta”, “posesión”, “intensidad”, “equilibrio”…
Afuera, sin embargo, las cosas cambiaron mucho. En los 80 no había Internet para sacar las entradas y se podía ir a cualquier cancha, conseguir una popu sobre la hora y disfrutar de varios de los grandes equipos de la época. Estudiantes y su mediocampo, el Ferro del Beto Márcico, ¡Argentinos!, el River de Enzo y Morresi, el fugaz Boca de Menotti, hasta algún lindo Platense, el Vélez del Turco García, el Racing de Ruben Paz, San Lorenzo en la B, el Central del Viejo Zof en la B y campeón al año siguiente también en Primera, Deportivo Español… Sí, había para elegir. Y ante tanta oferta y por la facilidad para comprar una entrada cinco minutos antes de que empezara un partido, el ritual de muchas familias los domingos después de almorzar era elegir el partido más tentador y el más cómodo geográficamente. Por poner un ejemplo emblemático: ¿¡cuántos neutrales vimos el River 5-Argentinos 4 en la tribuna visitante del Monumental!?
Pero, entre tanto equipo destacado, había uno que sobresalía: Independiente. Y sobresalía por su número 10, un señor llamado Ricardo Bochini. Un artista del fútbol. Un genio del penúltimo pase. Y del último también. El día que a tu equipo le tocaba enfrentar a Independiente sabías que el plan era doble: alentar a tu equipo pero también disfrutar de ese crack de andar chaplinesco. Porque sí, a pesar de sufrirlo como rival, a Bochini se lo disfrutaba, se lo admiraba y se lo aplaudía.
Pero Bochini no sólo fue grande por su manera de entender el juego. Además, fue y es el ejemplo más grande de fidelidad en el fútbol argentino.
Repasando en nuestra memoria y en la de nuestros compañeros, encontramos apenas un puñado de futbolistas que hayan jugado en un solo club. Mostaza Merlo (583 partidos en River, del 69 al 84); Abel Herrera (467 partidos en Estudiantes, del 72 al 88); Miguel Angel Russo (418 partidos en Estudiantes, del 75 al 88); Antonio Rattin (382 partidos en Boca, del 56 al 70); Natalio Pescia (365 partidos en Boca, del 42 al 57) Diego García (314 partidos en San Lorenzo, del 25 al 40); Aldo Pedro Poy (313 partidos en Central, del 65 al 74); Omar Asad (145 partidos en Vélez, del 92 al 2000)… Hay algunos más, pero no muchos.
Bochini jugó 627 partidos. Obvio: todos en Independiente. Metió 97 goles. ¡Ganó 13 títulos!, en 20 temporadas, del 72 al 91.
Comparemos a Bochini con grandes ídolos de otros clubes. Riquelme jugó 15 temporadas en Boca (388 partidos en tres ciclos diferentes) y Palermo, 11 (404 partidos en dos ciclos). Amadeo Carrizo jugó 520 partidos en River; Labruna, 515; Alonso, 423; Francescoli 217; y Ortega, 272. Agustín Cejas jugó 334 partidos en Racing; Perfumo, 232; y Diego Milito, 222. Bochini les gana por mucho a todos.
Sin embargo, estos números (fríos si se quiere), son un detalle no menor de lo que fue Bochini. Bochini fue el fútbol mismo. ¿Qué otra cosa se podría decir sobre el ídolo de Maradona?
Acá lo tienen a Diego hablándole al Bocha. Y sí, los borrachos dicen siempre la verdad, ¿no?
Siempre está Bochini presente en la memoria de cada futbolero, pero hace unos días empezó a circular un video en el que el crack se ofrece para participar de eventos. Aunque no fuimos muy profesionales y no quisimos averiguar mucho más, es lógico pensar que, si hace eso, el Bocha no anda precisamente holgado con el dinero. Debería ser una obligación de los dirigentes de Independiente (los que pasaron, los que están y los que van a estar, ¡de todos!) asegurar que su máximo ídolo no tenga que hacer ciertas cosas.
Bochini tendría que vivir el resto de su vida como él quiera. Porque se lo ganó. Porque fue maestro en un arte tan difícil como el fútbol. Un tipo que entendió como pocos que en el fútbol se puede ganar o perder, pero que lo verdaderamente importante es regalar momentos de felicidad.
Dejamos algunas imágenes para presentárselo a los que no lo conocieron y para que lo recordemos los que lo extrañamos. Por favor, miren con atención lo que son sus definiciones: un culto a que el gol fuera un pase a la red. Casi todos sus goles fueron inatajables. Vean los pases, las asistencias, las gambetas, los amagues…
Hace un tiempo Bochini contó que cuando desde su Zárate natal miraba los partidos de fútbol, él se decía a sí mismo: “Yo esto lo puedo hacer”. Y vaya si lo hizo. Ahora es momento de devolverle algo de la felicidad que nos supo regalar.