La génesis de un proceso de 35 años que llevó al marplatense a la cúspide del ranking de dobles.
Por Pablo Amalfitano
«Esto es la punta del iceberg, pero venimos trabajando hace años. Hace 35 años cuando agarraba mi primera raqueta; hace 25 años, cuando bajo frías mañanas de invierno en el Edison hacíamos 120 saques por día con mi viejo y mi vieja juntaba las pelotas», rememoró después de concretar un logro que sólo tres argentinos pudieron conseguir antes en el tenis profesional: Paola Suárez (dobles femenino; 2002), Gisela Dulko (dobles femenino; 2010) y Gustavo Fernández (tenis adaptado; 2017).
En la punta del iceberg, allí donde alumbran las luces, se lo puede ver a Zeballos sentado en la cúspide del mundo. No tiene más tenistas por encima de sí. Detrás de la claridad, sin embargo, se esconde un proceso que, hay que decirlo, el propio zurdo jamás olvida. La génesis del extenso camino que lo llevó a lo más alto permanece intacta en sus raqueteros, en cada viaje, en cada logro.
Forjar una obra de arte
«Todo empezó cuando éramos chiquitos». El mensaje contuvo, en poquísimos vocablos, toda una historia de vida. Fue el propio Zeballos, horas después de haber concretado lo que tanto soñó, quien escribió aquellas palabras en un pequeño grupo de WhatsApp que comparte con amigos de los inicios en el Edison. Amigos de toda la vida, por cierto.
«Fue muy fuerte para nosotros; cuando lo vi no lo podía creer», contó Carlos Cobos, formado en el Edison junto con Zeballos. Actual director de alto rendimiento en GAC –Atlanta–, entrenador de la universitaria argentina Melanie Krywoj y parte del equipo de trabajo de Lourdes Carlé (82ª del ranking WTA; 2ª de Argentina), el marplatense creció y se formó al lado del nuevo número uno del mundo –es tres años mayor– y conoce al detalle las claves de la explosión de «Horacito», como lo llaman en su ciudad natal.
«Recuerdo perfectamente a Horacito en el club, con cuatro años, cuando la raqueta era más grande que él; incluso hay fotos. El mérito que tiene su papá es muy grande. Por la cantidad de horas que dedicaba: con sus charlas y con su poder de convencimiento podía demostrarles a Horacito y a los otros que el tenis no sólo era pasarla para el otro lado y meter pelotas, sino aprender todos los tiros. Por eso Horacito aprendió a la perfección a jugar en la base, pero también en la red; pasábamos mucho tiempo con voleas, con saques. Horacio (padre) llegó a derrumbar dos canchas de pádel para poner una cancha de cemento y seguir nuestro desarrollo y el de Horacio en un juego completo», precisó el coach respecto de Horacio padre, formador, entrenador y fundador del club en 1984.
Aprender todos los tiros pronunció el oficio de Zeballos para jugar dobles, una modalidad más dinámica, con mayor exigencia de reflejos y, en muchos casos, con otro tipo de variantes. Cobos fue testigo vivencial de su trabajo: «Llegaba al club y veía que Horacio trabajaba un solo tiro con Horacito durante media hora. Un tiro. Eso le iba a servir para un futuro. Fue como una obra de arte que Horacio padre hizo en su hijo: lo convenció de que el tenis no sólo se jugaba desde el fondo de la cancha sino que también eran la transición, las voleas, los lujos, el espectáculo».
«Estoy bloqueado por la emoción; es como si yo fuera el número uno», se sinceró Marcelo Frontera, su mejor amigo, ex profe del Edison y actual entrenador de la escuela Mardeltennis, al sur de la ciudad. El recuerdo le resulta palpable: «Hoy me contó que, antes de salir a la cancha, recordó las horas que pasaba en el frontón, cuando hacía saques con el viejo en pleno invierno y todo el sacrificio que tuvo que hacer para llegar a lo más alto. Fue duro; lo viví a su lado a flor de piel. Llegó a dejar el tenis; no pisó el club por tres semanas. Después volvió y apareció su primer sponsor».
El oficio de doblista
El talento del flamante número uno del mundo tiene sustento en sus orígenes, con aquel juego integral que impulsó Horacio padre para pulir todas sus herramientas. Más allá de los entrenamientos, del frontón y de la repetición exhaustiva de cada tiro para corregir la mecánica y la técnica, Horacito trabajaba de manera diferencial, con ejercicios de otra matriz.
Su padre, quien llegó a jugar con Guillermo Vilas –lo hizo dos veces: una en juniors en el BALTC y otra en el Torneo Austral de Bahía Blanca, que era internacional–, le sacaba desde el cuadrado de saque para entrenarle los reflejos, una cualidad sustancial en el tenis por duplas. Había otra prueba del «mini tenis» que el doblista practicaba incluso cuando ya jugaba a un nivel muy alto: hacía partidos en los dos cuadrados de saque, no podía volear y sólo tenía permitido utilizar drop shots y slice.
Como un orfebre, la intención de papá Horacio era hacerlo correr y pulir sus reacciones: «Él jugaba en los dos cuadrados y yo sólo en uno, con mucha ventaja; era para entrenar la sensibilidad y los toques». Tanto le gustaba el doble que en 1997 el pequeño Horacio aceptó una propuesta para jugar, con apenas 12 años, dos torneos de primera junto a su padre, en el Tenis Club Mar del Plata y en el Náutico. No salieron campeones, aunque sí ganaron varios partidos.
El ajedrez, clave para la entereza mental
Zeballos tiene una devoción muy particular por otro deporte que le genera dividendos en el tenis: el ajedrez. Aprendió a jugar con su padre en el club y le saca el provecho para ejercitar la parte mental en medio de los torneos. «El tenis es mi prioridad pero soy un loco del ajedrez y es una pasión. Soy malo, eh, pero lo disfruto y trato de jugar partidas rápidas para que se asimile al formato de dobles, en el que hay que resolver situaciones en muy poco tiempo”, explicó años atrás.